Gen 2: 7-9; 3: 1-7; Romanos 5: 12-19; Mt 4: 1-11
Los vemos todos los años el tercer domingo de Cuaresma (Ciclo A). Volvemos a ver a Jesús, sentado en el pozo, cansado y sediento de caminar. Otra vez se acerca la mujer samaritana . Conocemos a estos dos. ¿Qué más podemos aprender de ellos al observar esta escena?
Jesús, que es la luz y la vida, se sienta al lado del pozo de Jacob al mediodía, a pleno sol – sin duda un acto muy simbólico. Su sed, le lleva a cruzar las fronteras culturales y religiosas para dirigirse a la mujer que está fuera de lugar y fuera de tiempo. Ella debería estar allí, ya sea por la mañana o por la noche con otras mujeres, no al mediodía, y desde luego no debería estar sola hablando con un hombre y aún peor con un Judío. Pero Jesús ha de sentir que ella también tiene sed. I la sed de la mujer sed se encuentra con el poder de Jesús para saciar y salvar.
Nota, que ambos están reposando. Ella está sentada, descansando. Su actividad ha cesado. Ella está dispuesta a conversar y escuchar. Mientras habla con él, su fe y su deseo despiertan: “Señor, dame de esa agua viva”. Ella es un modelo para nosotros. Muchos dicen: “Yo no le tengo que decir nada a Dios. Él sabe lo que necesito.” ¡Qué absurdo! Mírala. Sentada con Jesús, conversando con él, ella se vuelve aún más consciente de lo que le falta y se lo dice a Jesús. Él le da el respeto y la atención que ella no parece haber recibido ni de los otros seis hombres en su vida, ni de las otras mujeres. Está sola, probablemente marginada. Ella recibe comprensión. Es el agua viva. Ella bebe y se reanima. Todo está en la relación. Ella se relaciona con él y él con ella. Es mutuo. Ella pide lo que quiere y lo recibe. Ella recibe la misericordia de Cristo. Vuelve a vivir. Entonces se convierte en una evangelista. Ella corre a decirles a los demás.
¿Es esto posible para nosotros? Ella encarna la dinámica de Cuaresma para nosotros. Nos dirigimos de nuevo a Dios. Nos damos cuenta de cuán cansados y necesitados nos sentimos, cuán preocupados y ansiosos estamos por la familia, los amigos, la salud, los estudios, el dinero, las hipotecas, las inversiones, las situaciones en Siria e Irak, ISIS, los candidatos presidenciales, las personas desalojadas, la epidemia de drogas, el virus Zika. ¿No te sientes cansado? ¡Por supuesto que sí!
Somos conscientes de que no somos Dios. Un maestro espiritual escribe que nuestra orientación es hacia la santidad. Estamos sumergidos en aquella santidad en el pozo del bautismo que nuestros catecúmenos se preparan para recibir. Crecemos en santidad a través de los sacramentos, los encuentros con Cristo. Bebemos del agua. Y volvemos a vivir.
Hagámos lo que la mujer hace: se sienta, escucha, pide y recibe misericordia y luego le ayuda a Cristo a avivar a otros. ¿No es por eso que acudimos a este lugar?