Neh 8:2-4, 5-6,8-10; 1 Corintios 12:12-30; Lucas 1:1-4;4:14-21
En este pasaje del Evangelio según San Lucas, Jesús se encuentra a principios de su vida pública. Él vuelve a su casa en Nazaret. Él hace su debut en la sinagoga de su ciudad natal donde rezaba de niño. Él tiene una misión, el trabajo de su padre, para hacer lo que vimos la semana pasada. Él es el nuevo sacerdote-escriba Esdras que habla en la primera lectura, tomada del libro de Nehemías.
Jesús abre el pergamino como Esdras y explica la palabra de Dios al pueblo. Él dice que él es el ungido del Padre que traerá la libertad y la curación. Sabemos que no fue bien recibido. Él es el profeta que no fue recibido en su ciudad natal. ¡La semana que viene vamos a escuchar cómo querían arrojarlo del precipicio! ¿Por qué estaban tan enojados? Jesús estaba proclamando una salvación para todos, no sólo para los Judíos, y él les estaba recordando que, como Judíos, que no siempre eran fieles. Ellos estaban enojados, pero él se escapó de entre ellos al igual que huyó de la tumba la mañana de Pascua.
La misteriosa huida de Jesús de la muerte nos puede hacer pensar en momentos en que hemos pasado por una situación de peligro o de una enfermedad, la nuestra o de algún ser querido. Dios está con nosotros. Cada uno de nosotros tiene algún trabajo que hacer. Cristo envía a cada uno de nosotros en una misión, aquí en Harrodsburg. Escuchamos en la lectura de San Pablo a los Corintios hoy que todos tenemos diferentes dones. Cuando la hora de nuestra muerte llegue, cada uno de nosotros querrá escuchar: “¡Hiciste bien, buen siervo y fiel!” mientras huimos de la tumba como lo hizo Jesús.